martes, 23 de agosto de 2011

"Ser" o "hacerse" humano

Según la mitología el mundo ha sido creado cinco veces.
La historia de Mesoamérica y toda la historia humana se inscribe dentro de esta quinta creación que da nacimiento a la Humanidad.

El mito refiere que todo estaba creado y faltaba el ser humano que poblaría el mundo.

Ketsalkoatl era el encargado de recuperar en el inframundo los huesos de los anteriores intentos de crear una humanidad para su restauración. Después de varios accidentes, de los cuales el más significativo es la rotura de los huesos en el camino de regreso, les da vida a estos regando con su propia sangre la mezcla que traería a la existencia al ser humano. Por eso los humanos son "merecidos" por el sacrificio de la Serpiente Emplumada: "Así fue, en verdad: por su merecimiento y por su sacrifico (de Ketsalkoatl), él inventó a los hombres y nos hizo seres humanos".

De esta forma el merecimiento y el sacrificio forman una unidad conceptual.

La condición de merecimiento no se alcanza sin sacrificio. Merecido no es cualquiera, es aquel que ha pasado los trabajos y ha realizado el esfuerzo para llegar a obtener la recompensa de trascender.

El humano puede hacerse divino en virtud del sacrificio de sí mismo. Lo que sacrifica es el ego apegado e identificado con los menesteres de la vida mundana, atrapado en la limitación perceptual y los condicionamientos que lo mantienen esclavizado; esto implica sobreponerse a la apatía y el adormecimiento y trabajar para despertar nuestras facultades ocultas.

Se trata de un arduo camino que fue recorrido por Se Akatl Topiltsin, personaje histórico considerado la cuarta manifestación avatárica de la Serpiente Emplumada y que vivió en el siglo IX. Su vida consistió en el reconocimiento de su más crasa humanidad, la toma de conciencia de sus limitaciones y el trabajo por la progresiva purificación hasta alcanzar el estado de moyocoyani, "aquel que se crea a sí mismo".

El merecimiento se revela también, a través del ejemplo de Se Akatl Topiltsin, como la creación de valores en la sociedad, pues nadie existe solo y debe demostrar con obras su responsabilidad. Puesto que se trata de divinizarse, el hombre debe convertirse en un creador emulando la cualidad divina que creó el mundo y sus obras deben ser el reflejo de su actitud y capacidad creativas. La Toltequidad nos habla no de una realización que se alcanza en la soledad y el recogimiento, sino en el medio social.

La importancia de la concepción del merecimiento tal y como lo entiende la Toltequidad radica, para nuestra cultura, en la posibilidad de revertir la forma en que entendemos la divinidad y cómo nos relacionamos con ella.

En primer lugar, para nosotros la idea de divinidad está asociada con un Dios personal, con un ser que tiene las limitaciones humanas y a la vez una capacidad de control e influencia ilimitada; un Dios reducido a nuestra propio reflejo.

Frente a esta imagen, heredada del dios tribal judaico, podemos tener dos posturas: devoción y servidumbre o negación. La devoción a la idea de un Dios castigador o premiador elimina la posibilidad de la libertad y la de trascender la condición ordinaria de conciencia en que vivimos, pues se trata de seguir un grupo de normas sin cuestionarse nada. La negación, por otra parte, elimina consigo cualquier noción de ir más allá de nuestra condición por una razón muy diferente: simplemente no hay nada que ver o a qué aspirar más allá de los muros de la prisión en que vivimos.

Lo que la Toltequidad propone es que la divinidad es un estado de conciencia, y que dicho estado puede ser alcanzado generando merecimiento, no en la oscuridad del retiro sino en la participación activa en la vida social, pues solo en la interrelación con otros humano, podemos encontrar nuestra esencia y nuestro camino.

http://www.mundohistoria.org/temas_foro/historia-americana-antes-la-colonizacion-europea/los-simbolos-que-identifican-tezkatlipok

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