jueves, 18 de marzo de 2010

La creación del mundo egipcia

Esta versión aparece en Egipto hace 2.700 años.

Al comienzo sólo existía el grande, inmóvil e infinito espacio (mar) universal, sin vida; en absoluto silencio. Aún no había ni alturas ni abismos, ni principio ni fin, ni Este ni Oeste, ni Norte ni Sur. Sólo había claridad y oscuridad indivisas y luz y tinieblas ocultas.

Y en esa oscuridad estaba Ptah (la semilla del movimiento y de la energía). Ptah trajo la forma de Nun y Nau-net, de las primeras aguas, de Huh y Hauhet, de las grandes inmensidades. Así se manifestó en ellos. Se manifestó también bajo la forma de Niau y Niaut, las fuerzas negativas. Otros dicen en cambio, que apareció en Amón y Amaunet (de las soledades). Pero también apareció como Atum (Dios principal para los egipcios).

Este conjunto de nueve era dientes y labios en su boca, nacidos en Shu y Teftiut, como lo había ansiado Ptah: los ojos videntes, las orejas oyentes, las narices que huelen, las cosas que refieren todo al corazón, lo que su corazón reconoce en la existencia, y la lengua que repite todo cuanto él expresa.

Pero Ptah había ideado primeramente el universo en su corazón, ante todo la totalidad de los dioses, para así perfeccionar las nueve formas. Todo lo que él imaginó, lo que había deseado vivamente, lo pronunció su boca a manera de orden. Y de inmediato se produjo. Así inventó Ptah también todos los trabajos y las artes manuales, e incluso las funciones para las manos, los pies y el cuerpo del hombre y de cada ser viviente. Pero después de haber creado a los hombres y a los dioses, descansó el Dios Primero de quien provienen todas las cosas y palabras divinas.

Él había creado el cielo y lo había elevado a la categoría de Señor y Conductor; fundó la Tierra por propio consejo y la circundó del oleaje del mar; creó el Tártaro para pacificar a los muertos.

Fijó la ruta del Dios Solar a través del horizonte para siempre, pues él dominaba la eternidad y la inmensidad. Mas él fijó también a cada hombre el tiempo y el camino de su vida pues a él estaban subordinados el tiempo y los objetos en las épocas. Él otorgó igualmente al Faraón el trono y el dominio sobre ambos territorios (el Alto y el Bajo Egipto).

(Según la inscripción de Shabaka y el Papiro de Harris, col. 44, 2)

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